EL MAESTRO DE PRIMERAS LETRAS EN EL SIGLO XVIII

Herrian lehen letren maisua izatea, haur guztiek joan behar izatea, aberatsen eta biztanleen artean bereizketarik egin gabe, garai hartako gobernarien apustu sendoa izan zen.

     Hasta el segundo tercio del siglo XIX el Gobierno no se tomó la responsabilidad de organizar y legislar una instrucción básica a la población. Este trabajo a favor de la alfabetización de la población tardó más de un siglo en llegar a la gran mayoría de la población. Esto no quiere decir que no hubiera otras obligaciones, normativas y responsabilidades de las administraciones más locales por tener una población mínimamente instruída: lectura y escritura, números y gramática.

   La presencia del maestro de escuela en la Villa es tan antigua como la constitución de ésta. Ya a finales del siglo XVI está presente esta figura compaginando su trabajo con otros oficios como fueron el de sacristán, organista, ermitaño de la Virgen de la Plaza,  aforo de los vinos,  “traedor” de los frutos de la Primicia,…por este último trabajo la Fábrica de la Iglesia contribuía con 300 rs anuales al mantenimiento de esta figura.

  El disponer en aquellos años de una persona que pudiera instruir a la chavalería en los conceptos básicos de cuentas, lectura y escritura era un plus que dejará su huella en personas formadas que continuarán los estudios y posteriormente ocuparán cargos en los estamentos civiles y eclesiásticos. Estoy ayuda a explicar la presencia de jóvenes locales en universidades como las de Irache, Salamanca, Alcalá de Henares o Valladolid en los siglos  XVII y XVIII. Dato que ayuda a explicar el  buen gobierno civil y eclesiástico de la Villa manifestado en la arquitectura, en la economía, en la solidez de la Villa y múltiples detalles.

  Es en la segunda mitad del siglo XVIII cuando la administración local regula y fortalece la figura del “Maestro de Primeras Letras”, dictando normas para la población infantil, que son dignas de elogio:

  • Salario con tres aportaciones: Fábrica de la Iglesia, Ayuntamiento y Cuota de familias
  • Obligatoriedad de acudir a la escuela desde los 5 hasta los 10 años. Posteriormente se dejará alargar voluntariamente. Se pone como tope 50 alumnos al inicio pero luego pasarán de 60, 70 y 80 los educandos.
  • Se les enseña a leer y escribir, números y posteriormente gramática.
  • Obligación de las familias de contribuir con cuotas para el sostenimiento del maestro
  • Horario desde las 8 de la mañana hasta las 11 y media y por la tarde desde la una hasta las cuatro ( horario de invierno: desde la cruz de septiembre hasta la de mayo) y hasta las cinco ( horario de verano: desde la cruz de mayo hasta la de septiembre).
  • Sólo en las fiestas de guardar no había escuela y con reducción de horario en vendimias.
  • Se fue incrementando paulatinamente el sueldo del maestro a lo largo del siglo.
  • No podrá despedir de la escuela a los niños pobres.

   Siguiendo un guión cronológico y detallado, queremos traer a la memoria los nombres de los maestros que contribuyeron con su dedicación a esta noble dedicación de la enseñanza en nuestra Villa a lo largo de todo el siglo XVIII.

   Francisco Clavijo Cañas fue el maestro que hizo el paso de un siglo a otro. Ejerció el oficio entre 1696 y 1702. Su salario, en torno a 400 reales anuales, era abonado a partes iguales entre la Villa y la Iglesia. A principios de siglo no estaba claro el aspecto de la remuneración, en parte porque se abonaba cuando y como se podía. En este concepto también entraba el que el maestro tenía la obligación de la conducción de los diezmos a los hórreos de la Villa. Sabemos que era natural de Logroño y que en 1698 contrajo matrimonio en la Parroquia de San Andrés con Brígida Martínez Vergara, natural de San Asensio.

   En  febrero de 1701 se le hace contrato a Laurencio García Nicolás por nueve años. Su salario era de 400 reales anuales y casa donde ponga la escuela, a cargo de las cuentas municipales. Asistía a 40 muchachos, los cuales le han de pagar unos complementos siguiendo un esquema muy curioso. Los que leyeren, real y medio; los que escribieren dos y los que contaren tres. En caso que no abonaren estos pagos, el maestro asume la obligación de dar cuenta al alguacil, quien le abonará esas deudas. Por su parte el Alcalde ya se encargaba de cobrar esos dineros a los vecinos deudores. Este maestro estuvo muy asentado en la Villa puesto que contrajo matrimonio en la Parroquia en 1685 con una joven local de nombre Ana Miguel Jiménez. Falleció en 1707, no llegando a cumplir los nueve años de compromiso como maestro de primeras letras.

 En 1704 tenemos también la presencia de Manuel González, quien ejerció la docencia hasta su fallecimiento en abril de 1709, con la definición de  ”pobre” en su registro eclesiástico. El dicho de ser “más pobre que un maestro de escuela” viene de antaño y bien fundamentado.

  En 1709 se hace cargo de la instrucción Ignacio Sáenz de Viteri, natural de Villa Real de Alava. Ese mismo año nace una hija suya en Elciego. Su salario está especificado en los 300 reales que recibe del Ayuntamiento, siendo esta cantidad abonada por la Iglesia al consistorio por la conducción de los frutos decimales.

  En 1714 está la figura de Domingo Martínez quien permanece al menos dos años en la Villa. 100 reales le paga la Villa como su salario y otros 300 la Iglesia por la conducción de los frutos. En un testamento de  Ana González de enero de 1715, en una de sus cláusulas manda que “ a Domingo Martínez Maestro de primeras letras de esta Villa un arca de nogal bueno, con su ropa y llave. Una cama de aia con sus banzos nueva, con su cordel, jergón, cochón, dos sábanas, dos almuadas de cáñamo, una colcha y rodapié de piñones, lo cual le mando al susodicho para siempre jamás, porque así es mi voluntad”.

  En 1717 aparece como maestro de primeras letras Manuel González. En pagos de la Iglesia se siguen reflejando los 300 rs que ésta abona al Ayuntamiento por conducción de frutos, más 150 que el propio municipio aporta para su salario. Falleció en 1719.

  Con Juan de Navarrete se asienta más la figura del maestro, muy cambiante en las dos décadas anteriores.  Se hizo cargo de la instrucción de los párvulos desde 1721 hasta 1739. No hemos encontrado ningún documento donde se vincule la Villa con su trabajo de maestro. Por el apellido y por otros detalles, como el que disponía de tres tablas de viña que deja para su venta al clérigo Catarán en 1745, creemos que este maestro fue un clérigo de la familia Navarrete.

    En el Concejo General celebrado el 2 de agosto de 1739, en el que se da comisión a unos capitulares para que encuentren médico por el salario de 4.400 rs anuales. También se les comisiona para el caso del maestro. Comentan que en atención “a la larga edad con que se halla Don Juan Navarrete, vecino de ella, quien ha servido y al presente sirve por maestro de Primeras Letras para la enseñanza y buena educación de los que concurren a ella, por hallarse achacoso y no poder asistir para la dicha educación,…” se busque maestro con las mismas condiciones que se han tenido hasta ahora, para “ el buen régimen y gobierno de los niños”. El sueldo sigue siendo el de 400 rs anuales, pero ha subido el número de párvulos, hasta la cantidad de cincuenta, quienes deben abonar real y medio cada mes a los que enseñare a leer, dos reales mensuales los que enseñare a escribir y dos y medio a los que enseñare a contar. En este Concejo aparece un tema importante, como es el de que la Justicia y Regimiento pueda “obligar a todos los vecinos y moradores que tuvieren hijos desde la edad de cuatro años hasta los diez cumplidos a la paga de las referidas cantidades, que los envíen a la escuela para que de este modo no se anden valdíos”. Muy importante esta precisión y este sentir de las autoridades, y de los propios vecinos del Concejo quienes dan autoridad a la Justicia para que pueda intervenir

   En octubre de 1739, se convenían con Pedro Morquecho, natural de Anguiano, por nueve años y con el sueldo de los 400 rs anuales, más la casa. Aparte están las cuotas que tienen que pagar cada alumno en función de su nivel de aprendizaje, le consignan 200 reales por el trabajo y ocupación que ha de tener el maestro en el recobro del resto del salario. Por su padre Morquecho se compromete “a tener especial cuidado y aplicación en la Enseñanza, Doctrina y buenas costumbres a los niños y niñas que así concurrieren a la referida Escuela bajo de no hacer en ella la menor falta sin perderlos así días de fiesta como los de labor valdíos, sin permitirles salgan a los campos por ninguna de las maneras y por ello para más aumento de su salario y que más bien pueda mantener y ponga el mayor cuidado en los referidos niños por esta Villa se le han de afianzar y asegurar hasta en cantidad de cincuenta.” Recalca el Ayuntamiento que los niños y niñas “vayan diariamente a la escuela” y que sea el maestro quien cobre las cuotas establecidas, vayan o no, para que nadie pueda justificar el no pagar; asunto que se reclamará con la justicia local.

  Morquecho no pudo cumplir el contrato “por causas legítimas”, y hubo que contratar a otro maestro que supliera las dificultades y achaques de Juan de Navarrete. El 26 de noviembre de 1939 se contrata a Martín Picazarri Guista, natural de Tricio. Las condiciones son las mismas, al igual que el salario. En este contrato especifica que los 200 rs serán por “la ocupación que ha de tener el dicho Maestro en hacer cala y aforo de los vinos “.

   Se le recuerda en el contrato que “ha de tener especial cuidado y mayor aplicación en la enseñanza de la Doctrina Christiana y buenas costumbres a los niños y niñas generalmente que concurrieren a la referida escuela sin que en ella haga la menor falta sin permitir que días de fiesta ni los de labor anden valdíos, así en el Pueblo como fuera de él sino en inclinarlos a buenas costumbres y frecuencia a los Divinos oficios y por ello para más aumento de su salario y que más bien se pueda mantener y poner la mayor aplicación en dichos niños por esta dicha Villa se le consignan afianzar y asegurar hasta en cantidad de cincuenta niños o niñas que diariamente vayan a la escuela”.

En 1741 fallece su mujer María Díez, natural de Matute, quien le había acompañado a la Villa. Al siguiente año contrae matrimonio con una joven local, Teresa Aréjola Martínez de Nestares, con la quien tendrá una niña originaria de la Villa

   Picazarri está asentado en la Villa y solicita mejoras en su salario, voluntades que se trasladan al Concejo de abril de 1742 y donde propone que se acuerden con él y realicen nuevas escrituras.

  Estas solicitudes de mejoras, más los aumentos por el trabajo de la calación de los vinos y seguramente otro tipo de recelos, hicieron que Juan de Navarrete denunciara a la Justicia local y posteriormente a la Chancillería de Valladolid que Piacazarri no “exhibía título de maestro examinado” y él si lo poseía; por lo que tenía derecho a “poner escuela pública”.

   Mientras el asunto se va aclarando y las disconformidades, tanto entre los dos maestros como en las rivalidades que van aumentando entre los vecinos con poder en la Villa, en el Concejo de febrero de 1746 se afronta el asunto del maestro, ya que termina el plazo firmado inicialmente con Picazarri. En ese Concejo hay vecinos que consideran que el maestro “no asiste a la educación y buena enseñanza de los niños con el cuidado, asistencia y vigilancia a que en la escritura se obligó” por lo que se acuerda buscar nuevo maestro con un sueldo de 700 rs más lo que debe cobrar de las aportaciones de cada escolar.

   Apenas transcurrieron dos meses, en abril de 1746, la Villa hace contrato con Bentura Llerena y Larrea, vecino de San Millán de la Cogulla.  El sueldo se fija en 700 reales más los de la cobranza que él debe hacer a cada familia que lleve hijo o hija a su escuela. Por su parte, Llerena se obliga a “asistir a la enseñanza y educación de los primeros rudimentos y Doctrina Christiana a los niños que asistieren a su escuela, sin que de ella pueda despedir a ninguno que fuese pobre, siendo de los de los naturales de esta Villa, y a no faltar de ella ningún día de trabajo

   La salud de Llerena es quebradiza y no le permite cumplir con regularidad su trabajo en la escuela. El asunto es de importancia entre el vecindario y se trata en Concejo. Éste comprende que Llerena no puede cumplir con el compromiso escrito por su “corta y quebrantada salud que desde que entró en esta Villa ha padecido y padece”; pero también es consciente que la Villa “no puede estar sin Maestro de primeros rudimentos que eduque y enseñe a los niños de ella por los graves perjuicios que de lo contrario se pueden ocasionar”. La solución viene por un vecino Pedro Santos de Aréjola Martínez de Nestares, vecino de la Villa y “persona práctica en dicha educación y enseñanza”, al que le hacen un contrato por un año y con un sueldo de 500 rs. más las cuotas del alumnado. Se pide a los padres que en cuanto sus hijos cumplan los cinco años, vayan a la escuela.

  Aréjola una persona madura, natural y asentado en la Villa con su mujer y sus cinco hijos e hijas. Agricultor con viñedos, casa, cueva y pajar. Perteneciente al estado noble, tuvo pleitos con algunos de ellos por el tema de las elecciones, pleiteando en la Cancillería de Valladolid la nulidad de algunas elecciones. Esto le ocasionó rivalidades importantes que le llevaron en ocasiones a estar en la cárcel local en más de una ocasión, una por acusación de fraude y otra por traer de Laguardia “siete libras de tabaco de polvo para diferentes personas eclesiásticas y seculares de esta Villa”, más tiempo del necesario. Por otra parte, en 1742 era nombrado poderista de Don Gaspar Navarrete Ladrón de Guevara. Aréjola falleció en 1749, por lo que su trabajo como enseñante apenas pasó del año; mientras se restablecía el maestro Llerena.

   En junio de 1748 se vuelve a hacer contrato con el maestro  Bentura Llerena, quien gozaba de buena fama y satisfacción entre el vecindario. La cantidad del salario varió sustancialmente ya que era de 1.200 rs más 66 rs para la renta de la casa. La mitad del salario, 600 rs le abonaría directamente la Villa y la otra mitad saldría del reparto entre los educandos; como era costumbre. A lo largo de estos años siguió cobrando los 300 rs que la Iglesia destinaba por la conducción de los frutos.

   Llerena estuvo de maestro hasta la finalización del contrato en julio de 1765, gozando en su trayectoria de una merecida fama y de múltiples enfermedades que le hicieron tomar la decisión de retirarse a su pueblo natal, para ejercer la docencia en el  monasterio de San Millán de la Cogolla.

   La ausencia de Llerena se suplió en enero de 1766 con el contrato por tres años con Juan López de la Molina, residente en Ollauri. Debia asistir a la escuela “todos los días de labor de cada año y en las vendimias a las horas correspondientes “enseñando a los niños en doctrina christiana, leer, escribir y contar de la edad de cinco años hasta la de diez, o entrados que sean en ellos”. Se incrementa el suelo a 1.400 rs. Los 600 habituales paga la Villa y los 800 restantes por los padres de los alumnos. Se introduce como novedad que el que cobra a los padres la cuota es el propio Ayuntamiento y que éste dará mensualmente la cantidad al maestro. Aparte se contempla la renta de la casa, siempre que no exceda de 10 ducados al año (111 rs.)

  Esta novedad de que fuera el Ayuntamiento quien cobrase la cuota a cada familia que llevara a sus hijos a la escuela ocasiona el comienzo de los listados o rol de la escuela en 1767. Una muestra más del avance en la administración civil de la Villa.

  Este rol  de 1767 referente a la enseñanza en la escuela afecta “a los padres de los niños que tengan la edad de los cuatro años cumplidos y entrados en cinco, hasta el de diez que vayan y concurran a la escuela”. La cantidad total que debe recibir el maestro por este cobro es de 800 rs anuales a dividir entre los 76 apuntados en el listado; por lo que toca pagar por cada alumno a 10 rs y 18 mvs. Es bonito, con la visión actual, cómo iban a esta escuela los hijos de los mayores propietarios de la Villa junto con los de los vecinos y moradores más humildes.

  En el rol del siguiente año, de 1768 aparecen 69 alumnos a los que corresponde pagar a cada uno 9 reales y 8 mvs, haciendo un total de 729 reales y 20 maravedíes. Cantidad que no llegaban a los 800 reales que le corresponde dar al maestro; pero que debido a algunas personas que no han abonado y otras componendas, se cumple a la perfección la cantidad que el maestro López de la Molina debe cobrar.

   Tal y como figuraba en la escritura, transcurridos los tres años, finalizaba el compromiso de maestro de López de la Molina. El asunto, como todos los de importancia para la Villa y el vecindario, se trata en un Concejo y se acuerda renovarle por dos años más con otro contrato. Las condiciones no variaron, al igual que tampoco varió la aportación de la Iglesia al Ayuntamiento de 300 rs por razón de conducción de los frutos decimales.

  En el rol de 1669 están censados 83 alumnos y alumnas entre 5 y 10 años; entre todos ellos deben abonar los 800 reales anuales estipulados en el contrato firmado entre el Ayuntamiento y el maestro. En el listado de repartimiento de 1670 fueron 74 alumnos.

   En 1771 se le vuelve a renovar el contrato a López de la Molina, por acuerdo mayoritario del Concejo por espacio de dos años y con las mismas condiciones que los anteriores. En este contrato sigue constando la obligatoriedad de llevar a la escuela desde los cinco años cumplidos hasta los diez, pero añade que “si fuese alguno a la escuela pasada la edad de los dichos diez años se ha de incluir en el rolde y ha de pagar igualmente con los demás en beneficio de los otros y no de dicho maestro.”. También especifica la obligatoriedad de asistir los días de labor y a las horas correspondientes en las vendimias, al igual que en anteriores contratos.

Son años de exaltación en la Villa por la construcción del nuevo templo de la Virgen de la Plaza y se le encarga al maestro de “cuidar de la hermita y Santuario de Nuestra Señora de la Plaza así para encender las lámparas como a las misas y salves que se digan y pedir la limosna con el platillo en dicha hermita y por el trabajo que ha de tener se le ha de dar por esta Villa 120 rs en cada año”.

  En los roldes de estos dos años el número del alumnado sigue siendo de 78 y 77 años; pero en el 1772 se varía la fórmula de pago. Ya no es dividir el total de los 800 rs que pagan las familias al maestro entre el número de alumnos; sino que se toma la cantidad total de 11 reales al año por cada niño, de tal manera que anualmente se gestione esa contabilidad.

   En 1773 terminó el contrato con el maestro López de la Molina y éste había opositado a la escuela de Haro, con lo que se despidió con un memorial explicando su situación para que el Ayuntamiento pudiera tomar los servicios de otro Maestro. El asunto se trata en Concejo y se encuentra relevo en la figura de Juan Manuel Llorente Santayana, vecino de Cenicero, que estaba ejerciendo su oficio en La Puebla de la Barca. Se le ofrece las mismas condiciones que al anterior con un incremento de 80 reales a cuenta de “asistir a la hermita de Nuestra Señora de la Plaza a todas sus funciones cuidado de las lámparas, de encenderlas, ayudar a las misas y salves que se digan, barrerla y cuidar de sus alhajas”.

   Otra aportación de este documento firmado para cuatro años es el del horario, que hasta ahora no había aparecido en ningún otro documento. “Desde la cruz de Mayo hasta la de septiembre, desde las ocho de su mañana hasta las once y media y por la tarde desde la una hasta las cinco”. Sería algo así como el horario de verano para nuestros días. “Desde la cruz de septiembre hasta la de mayo por la mañana a dicha hora y por la tarde hasta las cuatro de ella”, como horario de invierno. Nos preguntamos si habría vacaciones. La respuesta creemos que es bastante sencilla: no existía ese concepto en la sociedad; sólo días de “fiesta de guardar”. También se especifica en este contrato la obligación de la Fábrica de la Iglesia de abonar al Ayuntamiento 300 reales por el trabajo del maestro de conducir los frutos decimales.   En 1777 se le renueva a Llorente por otros cuatro años más.

   En agosto de 1783 se contrata los servicios de otro maestro: Lorenzo Gil Calvo, vecino de Briones, del que estaban informados “de las buenas prendas y calidades…… y de su notoria habilidad”, por dos años. Remarca la obligación de asistir a los que pasen de diez años y quieran continuar estudiando, al igual que a los que fuesen pobres de solemnidad, “sin que a uno y otros pueda despedirlos, que por éstos se le han de dar por la Iglesia Parroquial de esta Villa trescientos reales de vellón en cada un año”. En el trabajo de mantenimiento de la ermita de la Plaza especifica también la obligación de “rezar el Santo Rosario todos los días de labor y los sábados cantar la Salve Misionera.”

   Gil ejerció de maestro de primeras en la Villa hasta 1791, “con aplauso y beneplácito de todo el pueblo y notoria aplicación a la enseñanza de los niños que han asistido a su escuela y ha logrado del Señor Provisor y Vicario General de este Obispado en lo tocante a Doctrina Christiana y Misterios de Nuestra Santa Fe y por lo correspondiente a leer escribir y contar de los peritos nombrados por la Justicia ordinaria de esta Villa”. Un reconocimiento que se expone por parte de las autoridades locales en la documentación para la obtención del título oficial que se le exige con la nueva normativa. Documentación que necesitaría para opositar a otra plaza de rango superior y mejor remunerada y que seguramente sería la razón por la que abandonaría la Villa.

   Otro detalle de la buena labor y fama que tenía el maestro Gil en la Villa era el de requerir sus servicios, como fue el caso de noviembre de 1789 donde los responsables del Mayorazgo de los Ruiz de Ubago que en ese momento tenían indefinición sobre quién llevaría las riendas del mismo, en este caso para el reparto del aceite de oliva del Mayorazgo y para realizar las cuentas y porcentajes. Le abonan por este trabajo 6 reales.

  En abril de 1791 se contrata para la escuela  por cuatro años a Esteban García, natural de Cirueña y que estaba ejerciendo la enseñanza en Huércanos.  Las condiciones no varían con los contratos anteriores.

   Nada más terminar su compromiso con la Villa, García comunicó su intención de ir a ejercer la docencia a otro lugar. Así en agosto de 1795 se contrata a Tomás de Samaniego, quien estaba ejerciendo el oficio en Villabuena. Samaniego estuvo tres décadas de Maestro de Primeras Letras en Elciego hasta su fallecimiento en noviembre de 1826.

 Los dos contratos que se realizan con Samaniego en el siglo XVIII, el primero en 1795 y el último en 1799 no tienen grandes variaciones con los anteriores en cuanto al sueldo ( 1.410 rs anuales de los cuales 610 rs se le abonan de los propios y rentas de la Villa y los 800 rs de los cobros a las familias), los horarios, los días de labor y las vendimias, el no rechazar a alumnado con diez años cumplidos o más y a los pobres,  mantenimiento de la ermita y el de la renta de la casa.

   En el contrato de 1799 hay dos pequeñas variaciones. Una es referente a la renta de la casa, donde la Villa le abona dos tercios de la renta y a cambio del otro tercio la familia Samaniego tiene, sin pago alguno, la atención médica. La otra pequeña variación está encuadrada en el trabajo de la ermita. Hay un pago por esta dedicación de 460 rs que se sacan de las limosnas que se recogen para la Santa Imagen. A cambio, aparte de las obligaciones establecidas en los anteriores contratos, el maestro debe lavar la ropa, plancharla, poner el jabón y repasarla.

  Nos asalta la pregunta de que si eran todo chicos los alumnos o podía haber también clases para chicas, impartidas por este mismo maestro. En algún apartado hemos visto la especificación de “niños y niñas”. Por la cuantía de los roldes y sabiendo que la media de nacimientos en esto años es de 27 nacimientos por año, teniendo en cuenta que la escolarización toma la franja de cinco años, teniendo en cuenta que muchos registrados en el libro de Bautismos de la Parroquia no eran vecinos o moradores en la Villa y teniendo presente el alto índice de mortalidad infantil, sacamos la conclusión que no sólo los varones estaban escolarizados. Es muy posible que se tome la obligatoriedad con los varones y se fuera más laxo en la aplicación de la norma con las chicas; puede ser. Analizando en los listados de los roldes detalles de algunas familias propietarias, comprobamos que entre estas familias la educación e instrucción de sus hijas era una realidad.

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