Almendras, vino rancio y zurracapote en la Semana Santa

Duela mende batzuetatik hona, almendrak, ardo zahartua eta zurrakapotea izan ziren protagonista Eltziegoko Aste Santuan

La Semana Santa, la también denominada Semana de Pasíón, ha acarreado a lo largo de muchas décadas anteriores, mucho más que en la actualidad, un trajín muy particular en la Villa y de una manera especial en la Parroquia de San Andrés. Las representaciones teatralizadas que tanto furor tuvieron en en la segunda mitad del siglo XVIII, las centenarias procesiones que en la actualidad se siguen manteniendo, el cubrimiento con telas moradas de retablos y estatuas, el montaje de un monumento en el interior del templo para albergar al Santísimo en esos días señalados, las sesiones matinales de tinieblas con ruido ensordecedor de matracas y carracas, el adorno del Crucero para el paso de la procesión, el lavado de los pies a los Discípulos con la jugarreta al Judas, los propios oficios religiosos, etc…Un apretado programa que el transcurrir del tiempo y la simplificación de la liturgia han ido reduciendo paulatinamente hasta lo que en la actualidad tenemos.

No es difícil remontarse a cuatro o cinco décadas para recordar la seriedad con se celebraban muchos de estos actos, la extensa liturgia tradicional y una explosión de religiosidad popular, que hacían de la Semana Santa una manifestación religiosa, no exenta de fervor, que alteraba el ritmo cotidiano de la Parroquia y de la Villa.

1882 Zurracapote

Hoy nos vamos a centrar en esos pequeños “ágapes”, “refrescos”, “colaciones”, que tradicionalmente se han celebrado en torno a la Parroquia durante la Semana Santa y que era una manera de agradecer los trabajos realizados y de reponer fuerzas de los esfuerzos empleados.

Tampoco hay que olvidar, que es tradición en la vida civil y también en la religiosa de celebrar, agradecer o recompensar ciertos momentos con un refresco, un vino, un aperitivo….o cualquier otro apelativo que utilicemos para estos ágapes.

Desde mitad del siglo XVII hasta nuestros días ha ido variando la intensidad mayor o menor de estas colaciones y su relación con un acto concreto de la Semana Santa. Haciendo un resumen sencillo de los elementos que se utilizaban para esta reposición de fuerzas, tenemos:

  • El vino rancio: ha sido el más utilizado a lo largo de estos siglos. El vino rancio era una bebida con más grado alcohólico y aromas añadidos que el vino habitual; de sabor dulce y asociado a una idea de un buen “reconstituyente”. Toda una variedad de vinos enriquecidos o vinos quinados también podrían entrar en este apartado de vino rancio.
  • El Ribadavia: un vino muy utilizado para la celebración de las misas, que posiblemente fuera parecido a lo que era un vino supurado; pero que a lo largo del XVII y XIX se le denominaba así y era comprado fuera de la Villa.
  • El zurracapote: Bebida que tomó más protagonismo hacia finales del XIX y estaba muy relacionado con los pasos procesionales y los portadores de los mismos. El zurracapone era la bebida festiva por excelencia en finales del XIX y a lo largo de todo el siglo XX en los actos lúdicos y festivos. En la Sacristía, en un rincón tras la aperrtura de las puertas de un armario, hay un lugar idóneo para conservar el zurracapote en su mejor frescura. Ahí se guardaba la tinaja destinada a tomar ánimos y reponerse de los esfuerzos tras llevar los pasos de las procesiones.
  • Vino.-Utilizado más bien en el siglo XX. De una manera más concreta cuando la música municipal toma parte en las procesiones.
  • Las almendras. Producto de confitería que aparece desde finales del XVII hasta finales del XX. En ocasiones han sido acompañadas de avellanas. Es el producto sólido más tradicional en todos estos siglos ya que lo podían tomar los adultos y también los monaguillos y los infantes que se agrupaban y representaban a los Discípulos.

Analizando las evoluciones que han ido desarrollándose a lo largo del tiempo y la vinculación con algún acto en concreto, tenemos el siguiente resumen:

Siglo XVII

Desde la mitad de este siglo ya aparecen pagos en el Libro de Fábrica de Vino de Ribadavia ( 2 cántaras), almendras y avellanas. En la mayoría de las partidas se asocia a la función de los maitines. Estas colaciones eran para los Beneficiados; y en algunas ocasiones especifica también para los miembros del ayuntamiento.

En la Visita de 1694 se ordena que no se hagan semejantes gastos en la Semana Santa con los Sacerdotes en vino, almendras y avellanas. En caso contrario, se ordenarán apercibimientos. Esta severa reprimenda tendrá su efecto durante casi 30 años.

Siglo XVIII

Pasaron casi tres décadas sin registros de pagos de “refrescos” en la Semana Santa. Cambiaron de autoridades en el obispado y en la propia Parroquia y en 1724 vuelve a aparecer un gasto de “almendras y vino para el Jueves y Viernes Santo con los Señores del Cabildo.”. En los siguientes años no se abandona el “refresco” de Semana Santa y se añade un pago en vino al Sacristán por cuidar del Monumento en todos esos días. La media cántara de vino rancio y las 6 libras de almendras para el Cabildo va a ser constante en toda esta mitad del siglo XVIII. No se especifica para qué acto en concreto eran; en algún pago se especifica “para las noches de Semana Santa”.

A lo largo de esta centuria fueron aumentando el número de Beneficiados y también el de clérigos y otros pupilos en torno a la Parroquia. Eso trajo consigo que las cantidades para los “refrescos” de la Semana Santa hubiera que ir aumentándolas. Al inicio de la década de 1770 ya se necesitaban diez azumbres de vino rancio y 18 libras de almendra.

Los registros contables de estos ágapes iban aumentando hasta el punto que en la Visita de 1774 las autoridades de la diócesis vuelven a tomar cartas en el asunto e indican que en esas cantidades gastadas en lo refrescos del Cabildo en Semana Santa “no se encuentra razón para haber podido ni poder grabar a la Fábrica con semejantes gastos”. Señala el acta del Visitador que en el año 1724 se gastaron 23 rs y que en el actual de 1774 fueron ya 171 rs. Propone una solución salomónica, que no fue la de abolir completamente la costumbre, sino que el gasto máximo no superara los 30 reales en esos refrescos.

En este último tercio del siglo XVIII los actos de Semana Santa tuvieron un esplendor particular con las representaciones del Desprendimiento de la Cruz y con la suntuosidad del Monumento. Aparte de los gastos propios de los materiales, se les obsequiaba a los trabajadores y artesanos con pan y vino. Otros pagos de vino rancio y almendras van unidos a la colocación del Monumento y a los actos del Comulgatorio.

En la Visita de 1782 la autoridad diocesana fue más permisiva, pues siendo consciente de que lo estipulado era de no exceder de 30 rs, también atendió las razones que el Cabildo le dio para aumentar la partida para “hacer la costumbre inmemorial de contribuir por la Fábrica al Cabildo Eclesiástico el día de Miércoles Santo con una expresión de colación “ que se habían propuesto y justificado que excedería en manera alguna de 80 rs.

Siglo XIX y XX

A lo largo de este siglo el producto más característico del ágape de Semana Santa son las almendras. Casi 20 libras de almendras se traían generalmente de Nájera. Ya avanzado el siglo se compraban en el confitero local que a mitad del siglo fue Ochoa.

En la década de 1880 aparece un pago de unos nuevos productos: “azúcar y canela para el refresco de Semana Santa”. Sin aparecer el nombre concreto, sabemos que eran para elaborar el famoso zurracapote. Nombre que ya se especifica en un posterior pago de 1882.

El siglo finaliza con pagos para los refrescos de los cantores y músicos. Ya estaba fundada la Banda Municipal que participaba activamente en las procesiones y se les obsequiaba con vino y zurracapote.

El pasado siglo XX fue una continuidad del anterior, donde las representaciones teatralizadas fueron perdiendo protagonismo e incluso actividad. En su lugar la representación de los Discípulos en el lavatorio y en el adorno de la cruz del Crucero tomó el testigo. El Monumento continuó siendo un montaje considerable de trabajo importante en montarlo y desmontarlo. Los Oficios de Tinieblas continuaron armando el matutino ruido. El cubrimiento de las figuras de los retablos acarreaba un trabajo adicional con su propia parafernalia. Las procesiones tomaron más cuerpo puesto que llevaban música municipal, uniformada y acompasada, que realzaba el ritual. Las coplas que se entonaban en las procesiones contribuyeron también a esta liturgia por las calles de la Villa. Los pasos eran portados a hombro por los “lobos”, como se les llegó a llamar a los encapuchados que portaban las imágenes, incluso descalzos y hasta en ocasiones con pies encadenados. Portadores que tenían su tradición en familias con derechos “a llevar el palo” de una u otra efigie.

Todo este montaje de personas y actos no estaba ajeno a una gratificación, un agradecimiento, un reponer fuerzas, ….con las clásicas almendras, vino y zurracapote de la tinaja de la sacristía.

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