Relatos de la Villa (1) EL VIAJE SIN REGRESO DE FRANCISCO IBAÑEZ MARIN (1681-1714)

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Iniciamos una sección de relatos y aconteceres de la Villa. Documentados históricamente pero con más valor anecdótico y con una narración más jocosa e incluso literaturizada. Bajo el título «Relatos de la Villa» iremos poco a poco apilando acontecimientos sociales que enriquezcan nuestro conocimiento sobre nuestros antepasados.

    El siglo XVII transcurría con prosperidad en la Villa. En su último tercio se manifestaban los frutos de los esfuerzos forjados, década tras década, por una población doblegada al trabajo del campo y arrodillada en la fe en su esbelto templo. Para estas últimas décadas ya estaba levantada la arquitectura del deseado retablo central, junto con los simétricos de la crucería; los llamados colaterales, que con este nombre se quedaron durante varias generaciones. Un tal Elcaraeta, junto con su hijo, probaba, medía y diseñaba las esculturas que engalanarían, completarían y darían vida propia al Retablo. Años lentos en la espera de ver el resultado y lentos en el avance de los trabajos, que no dependían solamente de la destreza o de las tareas acumuladas del maestro escultor, sino también de la bonanza de las cosechas. Principalmente del fruto de las viñas, que era de donde en gran parte salían los reales para satisfacer las exigencias del artista.

   Las familias propietarias más notables de la Villa, los Navarrete, los Ruiz de Ubago, los Ramírezde la Peciña, los Ibáñez,…seguían su curso con sus haciendas generosas, sus disputas y también con los enlaces entre sus vástagos, que era una manera de continuar con el estatus y con la propiedad. Otras familias, con enlaces con las anteriores y con importantes bienes para su manutención y desposorio honorable de sus hijos e hijas, copiaban el estilo de vida y de comportamiento de las primeras.

   Tres familias, emparentadas entre sí, son las que encauzan la vida de nuestro protagonista: los Ibáñez Marín, los Medrano y los Viñaspre. Cuñados, tíos, sobrinos, primos….un tejido más allá del propiamente consanguíneo. Francisco Ibáñez Marín Viñaspre (FIM), nacido en Elciego en 1681, tomó el apellido compuesto (Ibáñez Marín) que ya había adquirido su padre y que tan enraizado estaba en la Villa. Cosas de la época que mostraban con más precisión el vínculo familiar. Su madre, Francisca Viñaspre Sáenz del Escribano, pertenecía también a otra rama reseñable de Elciego a lo largo de varias generaciones. Su hermana Antonia estaba casada con José Medrano García de Olano y su hermano Manuel, aunque se había entroncado con una joven de Villabuena llamada Magdalena Sáenz de Olano, también tenía en Elciego su residencia oficial. Al clan de los Viñaspre Sáenz del Escribano faltaba por añadir a Pablo, Licenciado por sus estudios eclesiásticos y que compaginó Elciego con Villabuena, de donde era Beneficiado en su Parroquia.

   El padre de FIM, de nombre Pedro, tuvo un percance lamentable en 1703. Estando con un primo suyo, de nombre Diego Medrano Viñaspre, ambos veinteañeros, dispararon con un arcabuz en El Prao, hiriendo de muerte a un joven de Alcanadre que estaba en la Villa como jornalero, de nombre Bartolomé Romero. Bartolomé, malherido murió a las pocas horas; pero antes había confesado quién tiró el arcabuzazo y con quién estaba en compañía. Los primos, presos del miedo, o por otro motivo que no conocemos,  se refugiaron en la ermita de la Virgen de la Plaza; y, como lugar sagrado que era, no pudieron sacarles de ahí hasta tener la conformidad para ello de las autoridades eclesiásticas. El asunto tuvo su complicación y enredo, más aún por la intervención del tío Don Pablo Viñaspre Sáenz del Escribano, quien se negó a la venta de bienes de los acusados, aduciendo que al no estar divididos los bienes familiares no se podían recurrir a ellos para abonar las costas del proceso y las indemnizaciones que la Justicia pudiera solicitar. Pedro Ibáñez Marín,  entonces estudiante en Salamanca, ganó despacho del Maestre de Escuelas de aquella ciudad  para que el acontecimiento no interviniera en su contra académica, puesto que el percance había ocurrido

después de estar matriculado en la Universidad. El recorrido judicial de los hechos traspasó la Justicia Local, quien pedía a los primos el pago de las costas del proceso y otros gastos, llegando hasta la Chancillería de Valladolid. Diego Medrano entró posteriormente como monje religioso en el Monasterio de Santa María de la Estrella.

  Pero pasemos a la década siguiente y centrémonos en el protagonista de este relato: Francisco Ibáñez Marín Viñaspre (FIM). A sus treinta años cumplidos estaba en relaciones para contraer matrimonio con su prima carnal Josepha Viñaspre Sáenz de Samaniego. Los apaños económicos estaban bien fijados en unas Capitulaciones que firmaron en 1712; pero para llegar a celebrarse el matrimonio, necesitaban la dispensa eclesiástica por tener parentesco de segundo grado al ser primos carnales y la de cuarto grado por consanguinidad.

   El trato económico estaba bien atado por el padre de la novia, Don Manuel Viñaspre que ostentaba el título de “familiar del Santo Oficio de la Inquisición de Navarra”, algo así como un informador oficial de las actuaciones no ortodoxas en la Villa. Don Manuel tenía en su patrimonio los bienes de su hermano clérigo Pablo, quien se los había hecho donación un par de años antes. En las Capitulaciones matrimoniales el joven FIM se obligaba con sus bienes a vestir a Josepha Viñaspre “de las galas correspondientes a su nobleza y calidades para el día que tenga efecto el dicho matrimonio”, para lo cual necesitaba aportar al matrimonio “todos los bienes raíces y semovientes que tiene y tuviera por razón de herencias paternas y otras por otros cualesquiera derechos”. Aparte de ese compromiso troncal, por su libre voluntad ofrecía a la novia 200 ducados de vellón, como aumento de su dote y el de correr con todos los gastos que tuviera la dispensa de los dos parentescos. Por su parte, Manuel Viñaspre, el padre de la novia, se obligaba a darle la parte que le tocase de la herencia de un hermano recién fallecido y que si el otro hermano, el clérigo Pablo, reclamase algo de esa herencia, Don Manuel se obligaba a reponerlo.

   La atadura de las capitulaciones matrimoniales no se limitaba solamente a las aportaciones materiales al nuevo matrimonio. Había cláusulas garantistas como la de que se daban un año para traer la deseada Dispensa, y que si en ese período alguno contrajera matrimonio, se obligaba a dar a la otra parte 2.000 ducados de vellón. Una cláusula de recesión que blindaba por todos los lados el compromiso adquirido.

  Al medio año de firmar las capitulaciones, fallece Angela Ibáñez Marín, mujer de Francisco Viñaspre Sáenz del Escribano, también familiar del Santo Oficio de la Inquisición,  por lo que tuvieron que realizar el reparto de la hacienda según lo estipulado en su testamento. Llegan a un acuerdo José Medrano Viñaspre Sáenz del Escribano y su sobrino FIM, “considerando que los pleitos son largos, costosos y sus fines dudosos y principalmente por el servicio de Dios Nuestro  Señor y conservar la unión que requiere tan gran parentesco”. Viñas, piezas, censos, edificios y dinero pasan a engrosar las haciendas particulares de los herederos. También la del novio FIM.

   El escollo mayor para la celebración del matrimonio entre los primos se encontraba en la Dispensa Eclesiástica. En Logroño no querían dársela, por lo que el joven FIM planeó la idea de ir directamente a Roma en busca de ese documento tan codiciado. Sí consiguió un escrito del Vicario General del Obispado en el que se especificaba que FIM y Josepha Viñaspre “naturales de la Villa de Elciego son pobres y miserables y que tan solamente viven y se alimentan de la industria y trabajo de sus personas”. Definición que para nada refleja lo que iremos viendo en el relato, pero que podría ser un buen argumento para sustentar la petición de la Dispensa. O quizás, detrás de todo esto, pudiera estar la mano, consejos e influencias del tío clérigo Don Pablo Viñaspre. Todo puede ser.

   Los últimos momentos antes de la partida hacia Roma fueron de ultimar detalles, dejar la hacienda organizada y llevar dinero suficiente para el camino y dejar otro tanto para pagar jornales e imprevistos.

 A un criado gallego, Andrés Gallardo, le dice que volverá para el mes de Mayo y que si necesitase alguna cosa se lo dijera a su prima, a la novia, a quien le había dejado todo para que cuide de la casa y la hacienda. Con otro gallego de plena confianza, Antonio de Osende, que le acompañó hasta Viana en la partida del viaje, tuvo confesiones más detalladas. Osende tenía las viñas de FIM a “estajo” para laborearlas ese año. Le pidió la víspera de la partida que le acompañase a casa de su prima para llevar “un pedazo de dinero”. Llevaron tres talegos que sumaban 1.800 reales. Dinero para pagar a los gallegos que trabajaban en la hacienda labrando las viñas, con la recomendación de que si no fuera suficiente, vendiera el vino de la cueva. Le ordenó que los despachara con puntualidad en cuanto terminasen de labrar las viñas y que a cada uno le diera “un real de a cuatro por cada día que los detuviese”. Aparte le dio a su prometida cuatro doblones de a ocho.

  En las cocinas se cocían los alimentos y los detalles de las operaciones. Catalina Saseta era la criada de Don Manuel Viñaspre. Moza treintañera que había venido de tierras de Treviño buscando trabajo y sustento. Oyó en la cocina las conversaciones entre los primos y cómo le entregó una bolsa “con un pedazo de moneda de plata y otras dos bolsas con calderillas”, aparte de las llaves de la casa y de la cueva. También escuchó que si al cabo de cinco años no hubiera regresado, se le hiciesen unos “propios, oficios y misas igual que a su tío Francisco Viñaspre”, fallecido hace pocos años.

  El padre de la novia, Don Manuel Viñaspre Sáenz del Escribano, quiso atar los asuntos materiales no solamente con las capitulaciones matrimoniales, sino también con otro tipo de documento, por si ocurriera alguna desgracia en ese viaje a Roma. Antes de partir, en el bufete de la casa del futuro suegro, y ante tres testigos, FIM firmó unos papeles en los que, si le ocurriera alguna desgracia y no pudiera regresar, dejaba la hacienda a la novia. Esto lo hace la víspera de la partida, el 4 de febrero de 1714.

   El día de Santa Agueda de 1714 salió con su criado Osende para dirigirse a Roma. En el camino a Viana FIM contó al gallego que en caso de desgracia había dejado la hacienda a su prima y que hablara con ella para seguir trabajando sus tierras, que no lo hiciera con su tío Manuel. Comieron juntos en Viana y luego partió uno para Roma y el gallego de regreso a Elciego, quien llegó a la Villa antes de las tres de la tarde.

   FIM se encaminó con su caballería por tierras francesas para dirigirse a la capital italiana. Camino peligroso, más aún en un país que estaba en continuo conflicto bélico. Las tropas francesas lo arrestaron y le obligaron a servir en el ejército francés.

   Por el mes de Abril FIM estaba por la actual zona alemana cercana a la frontera francesa de Friburgo de Brisgovia. Casualmente allí se encuentra con un gallego de nombre Nicolás Mance Bibandero, quien le pregunta cómo se llamaba. FIM le responde con su nombre y le muestra la gran alegría de hablar en español con alguien. En la conversación le cuenta que le habían hecho prisionero por fuerza para servir al ejército y que le habían quitado los papeles que llevaba a Roma, que era el objetivo de su viaje para obtener la Dispensa para poder casarse con una prima suya. El gallego, alegre también por ser hijo de españoles y hablar en ese idioma en lugar tan alejado, viendo el estado en que se encontraba FIM, le llevó a su casa, le hizo tomarse un par de huevos y un poco de vino para reanimarle y le brindó su amistad y su casa siempre que lo necesitase. Se excusó que tenía que acudir a atender la tienda de víveres y que luego regresaría a casa. Al volver pregunto a su mujer dónde estaba el español y le respondió que había regresado al cuartel.

   Al cabo de una semana Mance se sintió extrañado que FIM no fuera por su casa ni pasase por su tienda, por lo que se acercó al acuartelamiento. Preguntó por él y le contestaron que estaba enfermo. Vio a FIM con tan mal aspecto que, a pesar de no tener calentura, el buen gallego le aconsejó se preparase cristianamente por si fueran sus últimos momentos y que él mismo le buscaría un confesor. Buscó por los conventos de la zona un clérigo que supiera español; pero no lo halló. Con un religioso capuchino llegó a un acuerdo en que le confesaría y que el gallego Mance hiciera de traductor en la propia confesión. Tal fue la confianza que hicieron entre FIM y Mance que, aparte de reiterarle que había dejado toda su hacienda a su prima prometida, viendo que su salud estaba muy dañada, le pidió a Mance que si falleciera fuera a su tierra a dar cuenta de su muerte y que le pagarían todo su trabajo.

    El 19 de Abril de 1714 FIM fue enterrado en la Iglesia Basílica de Santa María de Friburgo. Su amigo Mance se encargó de que todo fuera realizado con la honra que le correspondía y también emprendió el viaje a Elciego para notificar el fatal desenlace a la novia prometida.

    A mediados de Julio apareció Nicolás Mance por Elciego portando la mala noticia y explicando las voluntades que le había confesado del difunto.

   A los pocos días Juan de Arenzana, Alcalde y Justicia de Elciego ese año, recibe las peticiones de derechos sobre la hacienda de Francisco Ibáñez Marín. Por una parte estaba el padre de la novia, Manuel Viñaspre y por el otro lado estaba el clan Medrano Viñaspre. Un complejo proceso en el que participaron muchos testigos: los que firmaron la última voluntad antes de partir para Roma, el padre de la novia, la prima novia, Nicolás Mance, los gallegos que trabajaban en las haciendas, la criada que conocía las conversaciones fraguadas en la cocina,…. Y hasta Don Juan Bautista Sáenz de Navarrete Murúa, quien en enero de ese año había contraído matrimonio con la sobrina del Arzobispo y había establecido su residencia en Elciego. Sáenz de Navarrete, conocía el idioma francés y fue requerido por el Alcalde como testigo para la traducción de los textos de los documentos en lengua gala.

   La novia tuvo que dar cuentas del dinero recibido y del gasto que de él había hecho. Tuvo que explicar lo que había gastado en alimentar a los gallegos que trabajaban en las viñas de la hacienda, en escardar el sembrado y en pagar al criado de la yugada. Al mesonero Juan de Armona le había vendido  siete anegas de cebada para alimento de las caballerías del mesón y las yugadas de su padre y de su novio habían utilizado otra porción de cereal. Tuvo que vender cuatro cubas de vino para pagar a los criados y segadores. Cántara y media de aceite buena gastó con los criados y gallegos. También confesó que cuando tuvo la noticia de la muerte de su novio se apoderó de la yugada de mulas con sus atuendos y “dio principio a recoger el Agosto”.

  Dentro de todo el proceso, aparte de los detalles que hemos aportado en el relato, el Alcalde mandó hacer un inventario de todas las posesiones y bienes del finado, para poder así hacer un reparto según sus criterios de justicia. El Inventario de los bienes que quedaron tras el fallecimiento, ya oficializado por la documentación que presentaron, nos hace ver el por qué de las reclamaciones por los posibles herederos, más allá de las promesas que FIM hizo a su prometida.

  Se hicieron dos Inventarios, uno de la casa y bodega con sus aparejos, utensilios, mobiliario y otros enseres, y el otro sobre las parcelas que FIM tenía por toda la jurisdicción.

  La casa, con su cueva, cubas, lago y corraliza en la Villa disponía de una cantidad de utensilios, menaje, muebles, baúles, ropa…que muestran a la clara el buen nivel económico y posición social de FIM. La cantidad de sábanas, mantelerías y mobiliario con su bufete, rubrica esa situación holgada, al igual que sus dos espadines de guerra y una espada buena.

 Las herramientas para el trabajo estarían más en manos de los gallegos que trabajaban sus heredades que en su propia casa. Aunque se inventariaron una azada, dos azadores, dos barrenas, una manta para coger olivas y 7 comportas buenas.

   En la cueva de su casa había una cuba de vino blanco de 170 cántaras, 6 cubas celladas de yerro, dos cubas pequeñas y un cubillo para tener aceite. Lo que da a entender que ese calao tenía buenas dimensiones, no era un pequeño calado de una modesta casa.

   En la cueva de Barrihuelo se muestran más las bondades de sus tierras y la capacidad de negociar con el vino. Un cubo de madera con capacidad para 80 cargas de uva, con sus cellos de yerro y su palo para remover y ajustar el fruto. Curiosamente todas las cubas de vino registradas en el inventario son de vino blanco. Cinco cubas de distintas capacidades (260, 350, 200,220  y 140) llenas de vino blanco. En total 1.170 cántaras.

   Como curiosidad en el inventario está lo referente al cáñamo y al lino, muy utilizado no sólo para tejidos finos, sino también para elaboración de cuerdas, cordeles y sogas. Tenía almacenado cáñamo en rama en la casa y “manegones de poya” que son como unos talegones con los restos del lino que se ha trabajado. Si a esto añadimos la media anega sembrada de cáñamo que tenía en Rubiarga, completa el círculo de producción y elaboración que tenía en la vida de FIM este producto.

  El inventario de las 83 parcelas que tenía distribuidas por toda la Jurisdicción es aún más sorprendente. 261,5 obradas de viña en 36 parcelas. Las cuatro mayores eran de 40 en Las Llecas, 24 en el Prao, 20 en El Espurillo y 15 en Garcimoracho. El resto, pequeñas parcelas de menos de excasas obradas en Las Llecas, Romaneda, los Barrancos, El Valle, Reoios, El Prao, Cagalobos, La Salobre, Los Campos, Rioseco, Verdecillo, Valles, Peña Ladrón, El Espuro Mayor, El Espurillo, Vialva, Las Llanas, El Cuento, Valduengo, La Rad, Las Lombas y Las Peñas Gordas.

   Otras 40 parcelas, más bien pequeñas parcelas, de 3, 2, 1 anegas de tierra, o en menor medida, en rogos, muestran otra realidad de la agricultura típica de la Villa en esos años y en particular de FIM.  Más de la mitad están en barbecho, incluso algunas llecas. Entre la cabeza pensando en Roma y otras cosas, seguramente el número de piezas de pan sin sembrar fueron mayores este año. De las que tenía sembradas, 6 eran de trigo, 4 de avena y 3 de cebada.

  La hacienda de FIM también disponía de 2 huertas, una de media anega con sus árboles frutales, toda cerrada de pared; y otra de 2 celemines en La Balsa. No podían faltar eras para desgranar el cereal. Dos en la parte de arriba, en Carranavaridas y otra disponible en “La Nazábal”.

  Otra curiosidad del inventario es la importancia que tenían los olmos, de los que se extraía buena madera para la carpintería de puertas, principalmente. FIM disponía de 34 olmos en cinco parcelas distintas ( 7, 2, 17, 7 y 1)

 FIM era persona cotizada y codiciada para emparentar con cualquier familia asentada en la Villa. Aunque en un documento, seguramente apañado para los despachos que emitían sentencias y salvoconductos vitales, decía que era “pobre y miserable”, la realidad era muy distinta, tenía otro colorido mucho más atractivo. FIM tenía puestos sus ojos y sus ilusiones en su prima Josepha. El padre de ésta se ilusionó más allá que con la vista y vio en el joven un buen futuro para su hija y su familia. La osadía, la juventud, el arrojo por conseguir una Dispensa para poder casarse con su prima le llevó a tomar la montura y caminar hasta Roma. Los peligros eran grandes y cayó en sus redes.  Las casualidades de la vida hicieron que se supiera de él, de su fallecimiento y de sus voluntades más allá de la Villa, a través de buen gallego. La historia continuó no con el joven fallecido, sino con lo que dejó el joven fallecido. No conocemos cómo resolvió la Justicia el reparto, aunque sí sentimos curiosidad por ello. Sólo sabemos que los bienes terrenales en la tierra se quedan, que los edificios y las parcelas pasan de mano en mano con distintas monedas de cambio y que cada cual tiene su propia historia personal hasta el fin de sus días.

Curiosidades de la Villa, de su gente; de nuestra Villa, de nuestra gente.